martes, 4 de agosto de 2009

Y el mundo cobró cordura.

Lo recuerdo perfectamente. Era el 15 de mayo. La primavera tardaba en llegar y se formaban nubes de lluvia. Y él gritaba. Sin razón, como siempre. Entre las ramas, se veía el sol. Tú andabas con la mirada perdida, oyendo sin escuchar. Tus ojos se recortaban en el cielo como la farola que nunca consiguió vender su luz. Me pregunté cuál era tu punto débil. Entonces, levantaste la vista, y, por primera vez, me miraste. Y el mundo cobró cordura. Te volviste hacia mi, ignorando toda presencia sin sentido alrededor, y me dijiste:

-Usted no habla mucho, verdad?
- Sólo cuando merece la pena.
- Oh. Creo que me va a caer bien.

Tras cinco horas y media sin una mínima pausa de conversaciones interminablemente placenteras, comencé a pensar que había algo en ti. Pero hoy, a cosa de la una y cinco del mediodía, me he dado cuenta de que no es así. Y, curiosamente, me ha dolido como no puedes imaginar. Me temblaban las manos sólo de pensar en asumirlo. Y aún me pregunto porque no he sido, o mejor dicho no soy capaz de estar dos minutos seguidos sin que estés en mi cabeza. Me temblaba la boca de pensar que debía creerlo. Pero aún no puedo. Yo nunca me habría esperado esto de ti.