martes, 4 de agosto de 2009

Perfección vs autodestrucción.

Perdí la conciencia a las 6:32 de el jueves 37 de agosto. La razón la perdí dos horas y media más tarde, al salvarme la vida. En ese estado, es difícil describir todo lo que pasa por tu mente. Imágenes fugaces. Voces. Recuerdos. Momentos que han sido importantes en tu vida, merodean por tu cabeza. Aun recuerdo la textura de tu pelo cuando nos bañábamos juntos y me abrazabas hasta que se me cortaba la respiración. O cuando me levantabas por las mañanas a codazo limpio, incluso recuerdo el olor que dejabas al levantarte de la cama. El color de tus ojos por la mañana, cuando te daba el sol y salían tus pupilas color chocolate, que parecía que te habían barnizado los ojos de lo que brillaban. Aquellos días en los que me escondía entre las mantas del sofá con cara de pocos amigos, despeinada, mirando por la cristalera del salón, y te sentabas en mis piernas tan solo a preguntarme cuantos días me duraba el síndrome premenstrual hasta que hacías que se me rieran las costillas. O, cuando llovía, que nos quedábamos a ver pelis sensibleras tirados en el sofá sin nada mejor que hacer que abrazarnos..Tú odiabas la playa, y a mi me encantaba. Solía correr por la arena hasta que me abrasaban los pulmones y me quemaba los pies, mientras tu refunfuñabas sentado en una roca con los pantalones remangados y tarareando aquellas canciones nuestras, como siempre. Yo odiaba correr por las mañanas, y a ti te encantaba. Quería matarte cuando oía un sábado por la mañana aquel endemoniado despertador robarme el sueño a las siete de la mañana. Levantabas las sábanas para despertarme por la parte de atrás, tirando al suelo las almohadas que tenia a los pies, y me zarandeabas hasta que me daba vueltas la cabeza. Siempre te ponía excusas tontas para quedarme esperándote mientras tu te desfogabas corriendo, pero de una manera u otra, no soportaba alejarme más de dos minutos de ti. Asi que, muy a mi pesar me enfundaba la sudadera y las deportivas y salíamos a correr.. Nunca faltaba mi gran pregunta predilecta: ¿Llevo el pelo bien?. Tú me mirabas con esa cara de incredulidad contenida, y en tu rostro se reflejaba lo que pensabas: 'Siempre lo llevas igual' . Pero contrariado, siempre me decías: 'Despeinada pero bien, como siempre'. Te gustaba hacerme rabiar. Nunca me gustaron los tacones. Preferiría ir a una boda en deportivas, eso seguro. Recuerdo el día en que se casaron Jarrod y Lilith. Nos despertamos una hora tarde, y eso que tú eras el padrino. Cuando apareciste con tus converse y tu chaqueta naranja de etiqueta, no podía creérmelo. No paré de desternillarme de risa hasta que Kate y Kim me recordaron que éramos damas de honor y debía mantener la compostura. Aquellos tacones se me clavaban como cuchillos jamoneros en los talones. Recuerdo las muecas de dolor que te hacía, y como sonreías al verme la cara de circunstancias que ponía. En un descuido del cura, me los quité, y comenzaste a desternillarte de risa al ver que Kim y Kate me sacaban dos palmos de más, y eso que sin tacones ya me los sacaban. Yo odiaba mi 1.59 de altura, y tú me hacías feliz al encogerte a mi lado a sabiendas de que yo te veía. Compraba dos pares de gafas por semana, me encantaban. Recuerdo que una vez compré unas tan grandes que me tapaban media cara, y a ti no te gustaban. Se rompieron 'accidentalmente' cuando te sentaste encima de ellas en el sofá. Como de costumbre, no podía enfadarme contigo. Odiabas bailar, y a mi me encantaba. Una noche te convencí para que nos fuésemos a una discoteca que había en el centro, y algo que nunca olvidaré, fue la cara que pusimos al ver a todas aquellas chicas semidesnudas restregándose con todo el tío que se les ponía por delante. Según nos pusieron el sello nos dimos la vuelta, subimos al descapotable rojo-despampanante que habíamos comprado seis meses atrás, me miraste con una cara de horror divertido, y como siempre, me hiciste reír. Pusimos la música lo más alto posible, y, ya que nos sabíamos las mismas canciones de memoria, las cantamos a voz en grito hasta el punto de dolernos los dientes de tanto reírnos. Como sabías que no quería quedarme toda la noche encerrada, me llevaste al Broody's a cenar. Casi se nos salen los ojos de las cuencas al ver la cuenta. Era uno de los más caros de la ciudad. Se hizo tarde, y debíamos irnos. Íbamos de camino, cuando de repente, cuando estábamos a punto de llegar a la calle que daba a casa, doblaste bruscamente la esquina, paraste el coche de un frenazo, y te acercaste lentamente a mi. Podía sentir tu respiración en mi garganta. Tu mejilla en mi mandíbula. Pronunciaste mi nombre unas cuantas veces. Después de eso, sólo recuerdo el sabor de tus labios y me llevaste a cuestas hasta la cama. Compramos un perro. Yo quería un gato, pero te empeñaste en comprar un carlino. Me enamoré de él nada más verlo. No paraba de hacerle carantoñas y tú simulabas enfadarte diciendo que lo quería más a él que a ti. Te dije que cuando terminara contigo, no habría perro que valiese. Me pinté los labios de rojo carmín y te los marqué por toda la cara. Te hice tantas fotos que creía que la cámara iba a reventar.Pero...lo que más me gustaba era verte reír, ¿sabes? Con aquella bocaza que abrías que parecía invadir toda tu cara. Una sonrisa como un sol de amplia, una sonrisa sin fondo. Estando a tu lado, esa sonrisa se me contagiaba.