martes, 4 de agosto de 2009

San Juan.

Anoche, entre las olas, pedí un deseo. Uno, aunque podría haber pedido muchos. Podría haber pedido por ejemplo, fuerza para afrontar lo que se me viene encima el curso que viene. Suerte, con las cosas que parecen ser importantes en la vida y que no lo son. Podría haber pedido que se pase rápido, que sea más leve de lo que va a ser. Pero no lo hice. También, podría haber pedido ser fría. Fría, y que apenas nada me hiera. O que por fin pueda descubrir que me falta para sentir que me conozco perfectamente. Podría haber pedido no sentirme tan habitualmente idiota como me siento, o al menos no parecerlo. Podría haber pedido un reloj que diera la vuelta hacia atrás, simplemente para contemplarte y aliviar mi ahogo. O simplemente tratar de saber que es cierto y que no. Encontrar una solución para saber como voy a sobrevivir al tiempo, aunque él sea el único en el que confío. Saber de donde iba a sacar las fuerzas necesarias para sobrellevar el dolor, que sin duda, lo hay. Que cada excusa sea buena para llorar con todas mis fuerzas cuando el cielo oscurezca. Pero no lo hice. Mantuve los ojos cerrados mientras pensaba en ello, y me olvidaba de todo y todos. Y pedí uno. Sólo uno. El más importante de todos.