martes, 4 de agosto de 2009

Dieci-siete


Fue el comienzo. Inevitable. Tangible, quizás. Pero no me arrepiento. Ni de ello ni de nada. Doy gracias,y aunque sigo tan idiota como siempre, tan inestable y diciendo las mismas tonterias, he aprendido. A veces, tienes a una persona en tu vida que puede cambiar tu todo, y no te das cuenta. Alguien de la que realmente no sabías nada, de la que habías prescindido sin mayores problemas hasta ese momento y que sin embargo se apodera de ti, consiguiendo que a partir de entonces nada tenga sentido lejos de ella. Como si fuera tu mitad perdida.

Interminable.

Creí durante un solo instante que podría arrojar todo fácilmente a la basura. La verdad, ya estaba acostumbrada a esa monotonía en donde todo por lo que intentas luchar se desmorona en menos de un minuto, y luego tienes que volver a construirlo, pieza por pieza, cosa que se me daba bien. Simplemente.. no sé. No sentía. Algo inhumano dentro de mi había perdido toda esperanza de sobrevivir. Me limitaba a ver como pasaban las horas, las personas, los días, el tiempo.. El sol no solía acostarse pronto y las interminables tardes mudas ennegrecían el cielo, radiante. Hacía mucho calor, y veía mi rostro reflejado sobre la superfície de la pantalla, inmóvil. Me preguntaba que hacía realmente aqui, y si es que de verdad este era mi sitio. Entonces, apareciste tú.

Uno a uno.

Suspiro. Elevación de las costillas por encima del corazón. Teclas que suenan. Días que quedan. Sueños que desean realidades. Hojas secas van sin rumbo por el suelo, esperando a qué algún abrazo del viento las recoja. El sol se agacha por si alguien lo ve, temeroso de mostrar su cara. Deseoso de robar alguna noche. Dos figuras envuelven el paisaje. Caminando. Recuperándose a si mismo. Sobre la nuca, una respiración. Un latido. Otra forma de empezar lo que no había empezado. El tiempo tiene sus razones, y cada acto que se produce, las suyas. Todo era real, pero un llamado error lo cambio todo. Ojalá pudiera transmitir toda palabra mental con los dedos y grabarlas en hierro, a fuego lento. Para que nunca se borre esto que pienso, esto que.. .Hay demasiadas cosas de mi misma que me gustaría cambiar y no puedo. Demasiadas. Demasiadas letras que me gustaría pronunciar, o permitirme pensar.. Se niega el tiempo a borrarte. Me niego yo a borrarte. Sobretodo, yo.

Principalmente, el calor.

El calor abrasaba cada mota de vida que encontraba a su paso. Cada suspiro. Cada lágrima. El sol, radiante, hacía que lo días naciesen como una enorme sonrisa. El agobio de los últimos días aturullaba las cabezas como un resfriado pasajero del que deseas librarte, y la gente andaba entre risas nerviosas y cansadas, pensando en que pronto vendría la total y absoluta despreocupación. Era una época característica de buen tiempo y alegría contagiosa. El cielo emanaba ilusión. Todo era raramente familiar. Principalmente, el calor. Yo, sin embargo y a pesar del color rosa que parecía estar teñido todo, sentía un escalofrío recorrerme la espalda al pensar en ello. A pesar del agobiante calor, el ambiente contagioso y la sonrisa espléndida, sentía un vapor helado en la nuca. Algo punzante y estremecedor. Como un dolor tan intenso que no lo puedes llegar a sentir, pero que duele. Tenía frío un 3 de junio.

Roulette.

Los ojos expectantes. La boca susurra. Busca, rota. Los brazos cansados, descolgados del resto del cuerpo, se muestran abúlicos. El corazón late atento, detectando cualquier movimiento que se pueda producir. Un hilo de impotencia crecía en la boca de la garganta, queriendo salir corriendo. El irrefrenable impulso latía atento bajo las capas de aire que lo oprimían, fruto de la acelerada respiración. Había una infinidad de razones que me cuestionaba cada minuto de mi vida que aparecían cada vez que me venía a la cabeza los tres meses que me esperaban. Me ahogaba pensando en ello. Y cada noche llegaba a la misma conclusión. La misma causa por la que luchaba en mi interior incansable, y hasta el último aliento, era la causa que amaba con todas mis fuerzas. Con todas y cada de las fibras de mi ser. A medida que pasaba lo alto y ancho del tiempo, crecía en mi garganta el impulso casi irrefrenable de darme la vuelta y salir corriendo a decir lo que realmente quería decir.

San Juan.

Anoche, entre las olas, pedí un deseo. Uno, aunque podría haber pedido muchos. Podría haber pedido por ejemplo, fuerza para afrontar lo que se me viene encima el curso que viene. Suerte, con las cosas que parecen ser importantes en la vida y que no lo son. Podría haber pedido que se pase rápido, que sea más leve de lo que va a ser. Pero no lo hice. También, podría haber pedido ser fría. Fría, y que apenas nada me hiera. O que por fin pueda descubrir que me falta para sentir que me conozco perfectamente. Podría haber pedido no sentirme tan habitualmente idiota como me siento, o al menos no parecerlo. Podría haber pedido un reloj que diera la vuelta hacia atrás, simplemente para contemplarte y aliviar mi ahogo. O simplemente tratar de saber que es cierto y que no. Encontrar una solución para saber como voy a sobrevivir al tiempo, aunque él sea el único en el que confío. Saber de donde iba a sacar las fuerzas necesarias para sobrellevar el dolor, que sin duda, lo hay. Que cada excusa sea buena para llorar con todas mis fuerzas cuando el cielo oscurezca. Pero no lo hice. Mantuve los ojos cerrados mientras pensaba en ello, y me olvidaba de todo y todos. Y pedí uno. Sólo uno. El más importante de todos.

Lo verdadero, nunca muere.

Por muchas horas muertas, y las que quedan por pasar. Por cada minuto incondicional nuestro. De mis pensamientos, la razón. Por cada segundo inconsciente que hasta en sueños me persigue, buscándote. Y ni siquiera me hace falta imaginar tu rostro para mantener esto vivo, por la simple razón de que es verdadero. Y lo verdadero nunca muere. Y aunque pida respuestas, o al menos razones, tengo en cuenta que sólo hay una única razón. Y esa eres tú. Por que si es así, no puedo evitar una sonrisa de soslayo al recordar. Porque si tuviera que elegir un único sonido entre todos los de la Tierra, elegiría el de tu voz. Y, si algún día te dije que nunca diría un te amo y que nunca iba a amar, que sepas que fue una necia mentira. Porque lo hago. Ahora, lo hago.